19 de noviembre. Tranquilos, no es la fecha en la que se estrenará la
siguiente película de la inefable saga de La guerra de las galaxias.
Tampoco tiene nada que ver con algún evento deportivo de primer nivel
que está por venir. Ni siquiera hablo del día en que actuará en España
alguno de esos grupos de moda, que arrastran hordas de adolescentes. Se
trata de un acontecimiento mucho más significativo y revelador, que
define a la perfección las diferencias que todavía hoy, en pleno siglo
XXI, existen entre las dos partes –ricos y pobres- de este nuestro
planeta. Porque esa fecha, que suele pasar desapercibida para la mayoría
de los mortales, se conmemora el Día Internacional del Retrete. Dicho
así, parece una simpática onomástica sobre la que se pueden hacer bromas
y memes de esos que circulan ahora por las redes sociales. Pero nada
más lejos de la realidad.
Porque detrás de esa fecha se esconde una verdad demasiado cruda como para tomarla a guasa, como es el hecho de que 2.400 millones de personas en todo el mundo no cuentan con buenas letrinas, y cerca de mil millones se ven obligadas a defecar al aire libre. Como resultado de esta carencia, tan básica como el alimentarse, en muchos países del África subsahariana, por ejemplo, se calcula que 115 personas mueren cada hora por enfermedades relacionadas con la falta de higiene y los saneamientos. Y es que hacer las necesidades al aire libre, esa costumbre que para algunos puede resultar apasionante y saludable, conlleva para otros la contaminación del agua que posteriormente consumirán miles de niños víctimas del subdesarrollo. No en vano, la falta de saneamiento también se relaciona directamente con los altos niveles de mortalidad materna que se dan en muchos puntos de Asia, África y Latinoamérica.
De hecho, en países como Somalia, Sudán, Guatemala, Laos o Camboya las embarazadas pueden sufrir gusanos intestinales debido al consumo de aguas fecales, lo que desemboca igualmente en cólicos y anemia, una de las principales causas de muerte durante la gestación. Todo eso, paradójicamente, en un planeta como el nuestro donde hay suficiente agua dulce para garantizar la disponibilidad necesaria en cualquier parte y en cualquier momento. Sin embargo, y a pesar de que la ONU realiza un encomiable esfuerzo de difusión y concienciación del problema, ni los gobiernos de aquí (porque los muertos de hambre ajenos no interesan) ni los de allí (porque no son conscientes o no quieren serlo) han sido capaces de erradicar una lacra peor que cualquier enfermedad. Por eso, he sentido la imperiosa necesidad (fisiológica y moral) de escribir estas líneas, para que cada 19 de noviembre y cada vez que vayamos al baño, recordemos que en este mundo de mierda ni siquiera somos iguales a la hora de defecar.
Porque detrás de esa fecha se esconde una verdad demasiado cruda como para tomarla a guasa, como es el hecho de que 2.400 millones de personas en todo el mundo no cuentan con buenas letrinas, y cerca de mil millones se ven obligadas a defecar al aire libre. Como resultado de esta carencia, tan básica como el alimentarse, en muchos países del África subsahariana, por ejemplo, se calcula que 115 personas mueren cada hora por enfermedades relacionadas con la falta de higiene y los saneamientos. Y es que hacer las necesidades al aire libre, esa costumbre que para algunos puede resultar apasionante y saludable, conlleva para otros la contaminación del agua que posteriormente consumirán miles de niños víctimas del subdesarrollo. No en vano, la falta de saneamiento también se relaciona directamente con los altos niveles de mortalidad materna que se dan en muchos puntos de Asia, África y Latinoamérica.
De hecho, en países como Somalia, Sudán, Guatemala, Laos o Camboya las embarazadas pueden sufrir gusanos intestinales debido al consumo de aguas fecales, lo que desemboca igualmente en cólicos y anemia, una de las principales causas de muerte durante la gestación. Todo eso, paradójicamente, en un planeta como el nuestro donde hay suficiente agua dulce para garantizar la disponibilidad necesaria en cualquier parte y en cualquier momento. Sin embargo, y a pesar de que la ONU realiza un encomiable esfuerzo de difusión y concienciación del problema, ni los gobiernos de aquí (porque los muertos de hambre ajenos no interesan) ni los de allí (porque no son conscientes o no quieren serlo) han sido capaces de erradicar una lacra peor que cualquier enfermedad. Por eso, he sentido la imperiosa necesidad (fisiológica y moral) de escribir estas líneas, para que cada 19 de noviembre y cada vez que vayamos al baño, recordemos que en este mundo de mierda ni siquiera somos iguales a la hora de defecar.
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