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lunes, 15 de diciembre de 2014

Sueños que perseguir



Para un aprendiz de periodista y mileurista como yo, escribir un tema cada día y hacerlo de forma responsable y con corrección supone una ardua tarea. Por eso, confieso que a veces me cuesta horrores enfrentarme a este artículo dominguero, aunque solo sea cada 15 días. Se trata de un problema de cansancio mental, que se agrava de forma proporcional al volumen de información diaria que manejo y que puedo llegar a registrar en mi pequeño cerebro. En esta ocasión, y con las mismas premuras de siempre, he decidido no pensar en un tema concreto, ni filosofar acerca de alguna de las noticias que han desfilado a mi alrededor. Creo que, a medida que se acerca el final de 2014 tengo menos capacidad de análisis y síntesis, aunque haya suficiente material satírico en nuestro país y nuestra región al que poder aferrarme. Pero no, por el momento me niego a darle más líneas a las prospecciones, a Paulino, a Rajoy, a Podemos o a la Pantoja. En esta ocasión prefiero hablar de dos personas a las que admiro por motivos similares, que me producen una sana envidia cada vez que pienso ellos. Uno se llama Víctor -no daré más datos porque no le interesa a nadie- y es periodista como un servidor. Llegó tarde y por casualidad a mi vida, pero con una desbordante simpatía y un carácter que me caló para siempre. Es lo que se puede definir como una “buena persona”. Sin más, pero con toda la amplitud que conllevan las acepciones de ambos términos.

El otro sujeto en cuestión se llama Andrés, y aunque una vez pudieron llegar a cruzarse, no creo que lleguen a conocerse nunca. Los dos, sin embargo, poseen el mismo tesón y el complejo afán por perseguir sus sueños. Ambos se enfrentaron a mil batallas -algunas surrealistas y muy divertidas que tuve la fortuna de compartir o conocer- hasta llegar a construir un presente provechoso y un futuro halagüeño. Por el camino, eso sí, tuvieron que sacrificar familia, amigos y hasta un coche, que no dio más de sí tras cambiar el cálido ambiente de Málaga por el frío polar del invierno en Copenhague. A miles de kilómetros de la capital danesa, en Nueva York, Víctor mira hacia atrás sonriendo, pensando en aquellos cuyo único objetivo es cubrir etapas viendo la vida pasar, anhelando realmente pasar por la vida de algún modo. Andrés, en cambio, saltó al vacío desde uno de esos aviones que un día llegará a pilotar, sin importarle que todavía hoy siga siendo para muchos el patito feo de una película cómica. Para él, como para Víctor, el final de la historia está por contar, pero seguro que se acerca más al de una epopeya que al de una cinta de serie B, como la que protagonizan ahora muchos de los que nunca creyeron que aquellos sueños dibujados por estos dos inmensos seres humanos pudieran convertirse en realidad.

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