Para un aprendiz de periodista y mileurista como yo,
escribir un tema cada día y hacerlo de forma responsable y con corrección
supone una ardua tarea. Por eso, confieso que a veces me cuesta horrores
enfrentarme a este artículo dominguero, aunque solo sea cada 15 días. Se trata
de un problema de cansancio mental, que se agrava de forma proporcional al
volumen de información diaria que manejo y que puedo llegar a registrar en mi
pequeño cerebro. En esta ocasión, y con las mismas premuras de siempre, he decidido
no pensar en un tema concreto, ni filosofar acerca de alguna de las noticias
que han desfilado a mi alrededor. Creo que, a medida que se acerca el final de
2014 tengo menos capacidad de análisis y síntesis, aunque haya suficiente
material satírico en nuestro país y nuestra región al que poder aferrarme. Pero
no, por el momento me niego a darle más líneas a las prospecciones, a Paulino,
a Rajoy, a Podemos o a la Pantoja. En esta ocasión prefiero hablar de dos
personas a las que admiro por motivos similares, que me producen una sana
envidia cada vez que pienso ellos. Uno se llama Víctor -no daré más datos
porque no le interesa a nadie- y es periodista como un servidor. Llegó tarde y
por casualidad a mi vida, pero con una desbordante simpatía y un carácter que
me caló para siempre. Es lo que se puede definir como una “buena persona”. Sin
más, pero con toda la amplitud que conllevan las acepciones de ambos términos.
El otro sujeto en cuestión se llama Andrés, y aunque una vez
pudieron llegar a cruzarse, no creo que lleguen a conocerse nunca. Los dos, sin
embargo, poseen el mismo tesón y el complejo afán por perseguir sus sueños.
Ambos se enfrentaron a mil batallas -algunas surrealistas y muy divertidas que
tuve la fortuna de compartir o conocer- hasta llegar a construir un presente
provechoso y un futuro halagüeño. Por el camino, eso sí, tuvieron que
sacrificar familia, amigos y hasta un coche, que no dio más de sí tras cambiar
el cálido ambiente de Málaga por el frío polar del invierno en Copenhague. A
miles de kilómetros de la capital danesa, en Nueva York, Víctor mira hacia
atrás sonriendo, pensando en aquellos cuyo único objetivo es cubrir etapas
viendo la vida pasar, anhelando realmente pasar por la vida de algún modo.
Andrés, en cambio, saltó al vacío desde uno de esos aviones que un día llegará
a pilotar, sin importarle que todavía hoy siga siendo para muchos el patito feo
de una película cómica. Para él, como para Víctor, el final de la historia está
por contar, pero seguro que se acerca más al de una epopeya que al de una cinta
de serie B, como la que protagonizan ahora muchos de los que nunca creyeron que
aquellos sueños dibujados por estos dos inmensos seres humanos pudieran
convertirse en realidad.
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