A poco más de una hora en barco de la camaleónica Bali se esconden tres minúsculas islas coralinas cuyas playas de arena blanca y aguas cristalinas contemplan el reflejo caleidoscópico que producen los peces de colores. Son las Gili, pequeños paraísos asequibles para todos los bolsillos ubicados en la costa noroeste de Lombok.
Antiguo refugio de pescadores y turistas asiáticos, en los últimos años estos tres islotes han tratado de aguantar estoicamente las arremetidas de la explotación y el desarrollo urbanístico. Éste, por el momento, sólo ha logrado ganar la batalla en Gili Trawangan, donde hay villas y resorts en los que pasar la noche puede llegar a costar más de 150 euros.
Enfrente, Gili Meno rezuma aún ese sabor tradicional que hoy día es complicado encontrar en Indonesia. Con poco más de 300 habitantes y sólo media docena de warungs (que vienen a ser como los guachinches tinerfeños), llegar hasta ella implica cierto espíritu de Robinson Crusoe, al menos en lo que a playas solitarias se refiere.
Esa misma sensación, pero con la certeza que da el saber que uno está cerca de tierra firme, es la que ofrece Gili Air, la más recomendable de las tres. Plagada de cocoteros y de ambiente sosegado, mejor visitarla fuera de los meses de verano, cuando la apertura de sus bares de temporada hace que pierda su distintivo carácter rural. Éste se refleja fundamentalmente en sus singulares cidomos, una especie de carreta rociera de escasa capacidad que se emplea como taxi y vehículo de transporte en estas ínsulas.
Sí, han oído bien. Aunque no lo crean, todavía hay lugares en el mundo donde están prohibidas las máquinas a motor, que en las Gili han cedido su espacio a las bicicletas y los ponys. Ello, y la posibilidad de consumir cierto tipo de drogas sin miedo a ser detenido, es lo que ha convertido a Trawangan en uno de los destinos más visitados de Indonesia. Sus playas, sus aguas color turquesa y su amplia oferta de ocio (buceo, snorkeling, pesca…), la sitúan cerca de Bali en cuanto a afluencia de turistas por metro cuadrado.
Al más puro estilo ibicenco, sus cafés chill out, sus refrescantes cócteles a pie de playa y sus puestas de sol, encandilan por igual a hippies y pijos, que conviven armónicamente junto a buscavidas locales y vendedores de humo. Éstos aparecen en cualquier momento y lugar a la caza de algún turista despistado al que colarle desde un alojamiento barato y cochambroso a una excursión exclusiva para ver los dragones de Komodo. Todo vale con tal de sacar algunas rupias con las que comprar el último modelo de móvil o unas gafas de Giorgio Armani.
Y si surgen conflictos, tampoco habrá policía para resolverlos, porque aquí cualquier enfrentamiento lo aplaca el kepala desa (jefe del pueblo), la única autoridad a la que se respeta en las Gili. Con todo, en estas islas la vida se vive tan lentamente que nadie tiene el ánimo ni las ganas necesarias como para crear problemas. Porque coges tanto sol y bebes tantos zumos de frutas que te tomas el presente y, sobre todo, el futuro, sin sobresaltos. Lástima que, como en el cine, siempre se enciende la luz al final de la película, que esta vez para nosotros duró poco más de 48 horas. Aun así, continuará…
Antiguo refugio de pescadores y turistas asiáticos, en los últimos años estos tres islotes han tratado de aguantar estoicamente las arremetidas de la explotación y el desarrollo urbanístico. Éste, por el momento, sólo ha logrado ganar la batalla en Gili Trawangan, donde hay villas y resorts en los que pasar la noche puede llegar a costar más de 150 euros.
Enfrente, Gili Meno rezuma aún ese sabor tradicional que hoy día es complicado encontrar en Indonesia. Con poco más de 300 habitantes y sólo media docena de warungs (que vienen a ser como los guachinches tinerfeños), llegar hasta ella implica cierto espíritu de Robinson Crusoe, al menos en lo que a playas solitarias se refiere.
Esa misma sensación, pero con la certeza que da el saber que uno está cerca de tierra firme, es la que ofrece Gili Air, la más recomendable de las tres. Plagada de cocoteros y de ambiente sosegado, mejor visitarla fuera de los meses de verano, cuando la apertura de sus bares de temporada hace que pierda su distintivo carácter rural. Éste se refleja fundamentalmente en sus singulares cidomos, una especie de carreta rociera de escasa capacidad que se emplea como taxi y vehículo de transporte en estas ínsulas.
Sí, han oído bien. Aunque no lo crean, todavía hay lugares en el mundo donde están prohibidas las máquinas a motor, que en las Gili han cedido su espacio a las bicicletas y los ponys. Ello, y la posibilidad de consumir cierto tipo de drogas sin miedo a ser detenido, es lo que ha convertido a Trawangan en uno de los destinos más visitados de Indonesia. Sus playas, sus aguas color turquesa y su amplia oferta de ocio (buceo, snorkeling, pesca…), la sitúan cerca de Bali en cuanto a afluencia de turistas por metro cuadrado.
Al más puro estilo ibicenco, sus cafés chill out, sus refrescantes cócteles a pie de playa y sus puestas de sol, encandilan por igual a hippies y pijos, que conviven armónicamente junto a buscavidas locales y vendedores de humo. Éstos aparecen en cualquier momento y lugar a la caza de algún turista despistado al que colarle desde un alojamiento barato y cochambroso a una excursión exclusiva para ver los dragones de Komodo. Todo vale con tal de sacar algunas rupias con las que comprar el último modelo de móvil o unas gafas de Giorgio Armani.
Y si surgen conflictos, tampoco habrá policía para resolverlos, porque aquí cualquier enfrentamiento lo aplaca el kepala desa (jefe del pueblo), la única autoridad a la que se respeta en las Gili. Con todo, en estas islas la vida se vive tan lentamente que nadie tiene el ánimo ni las ganas necesarias como para crear problemas. Porque coges tanto sol y bebes tantos zumos de frutas que te tomas el presente y, sobre todo, el futuro, sin sobresaltos. Lástima que, como en el cine, siempre se enciende la luz al final de la película, que esta vez para nosotros duró poco más de 48 horas. Aun así, continuará…
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