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jueves, 5 de mayo de 2011

Las reglas de la ‘selva’

Por mucho que uno haya visto en las películas de Jackie Chan lo que supone conducir un vehículo (tenga dos o cuatro ruedas) por Asia, nunca podrá compararse con la apasionante experiencia de vivirlo en directo. Y es que, más allá del volumen de tráfico que hay a todas horas y por todas partes, lo realmente divertido es tratar de imbuirse del espíritu local y dejarse llevar.

Porque aquí no hay reglas ni normas, y sólo impera un mínimo código al que uno debe adaptarse sí o sí. En él, las motocicletas tienen carta blanca para campar a sus anchas por todo el país, que como el resto de vecinos asiáticos las han convertido en los transportes más usados y demandados. La razón principal, el irrisorio precio de compra y alquiler de estos demonios de dos ruedas, capaces de encontrar cualquier resquicio en un atasco kilométrico. Junto a ellas, y excluyendo a los taxistas –que son los más listos en todo el mundo-, las bicicletas conducidas por menores son los otros vehículos más respetados en Bali. Tanto que pueden incluso circular en sentido contrario sin ser sancionados.

Bueno, en realidad es difícil ser sancionado por algo en un país donde uno puede comprar cualquier carné o conducir una moto con menos de 10 años. Además, si tienes la mala fortuna de ser parado por la escasa policía que hace frente a tal despiporre, siempre está la opción de meter 50.000 rupias (algo así como 4 euros) en el bolsillo del pantalón del agente para que éste haga la vista gorda.

Con todo, Bali sigue siendo un país distinto, con una energía que va más allá de lo fisíco y trasciende de lo terrenal. Sólo así se puede explicar que en un cruce con dos semáforos y cuatro posibles direcciones, todo el mundo pueda girar en cualquier sentido y nunca haya accidentes de consideración. Al menos que yo haya visto en los diez días que llevamos aquí.

La explicación es bien sencilla. Aquí cualquier vehículo es susceptible de transportar cualquier cosa. Y cuando digo cualquier cosa lo hago en el sentido más amplio de la palabra. Pollos, cajas, alimentos, tuberías y hasta niños de teta (a los que se amamanta en plena marcha) van de un lado para otro en bicicletas, motos y pequeños coches donde mi hermana no podría meter su equipaje de un fin de semana. Basta con agudizar el ingenio y lanzarse a la aventura con el único propósito de llegar al destino.

Es verdad que si uno está dispuesto a pagar más, siempre podrá alquilar un coche de alta gama, con cd, llantas de aluminio y aire acondicionado. Le permitirá ir un poco más fresquito y descansado, pero no le impedirá tardar tres horas en recorrer medio centenar de kilómetros.

Porque el tiempo es algo que en Bali no se cuenta en minutos ni segundos, sino en horas, porque es lo que te puedes tirar para ir a tumbarte a una playa que sólo está a 20 kilómetros de tu casa. De hecho, quizá cuando llegues es probable que se haya puesto hasta el sol, por lo que tendrás que resignarte a tomarte una cerveza fría junto al mar escuchando el rumor de las olas. Es lo que tiene este país, que de la jungla de asfalto al paraíso de arena apenas distan unos pocos metros. Difíciles de recorrer, pero sin duda apasionantes. Y mejor vivirlo que contarlo.





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