Al igual que ocurre en la mayor parte de países del mundo (son contadas las excepciones), las mujeres superan en proporción al número de hombres (más o menos, tres a uno). En Nueva Zelanda, por supuesto, esta premisa no es una excepción, aunque con un matiz más que destacable. La sociedad kiwi se siente orgullosa, y con razón, de ser el primer país del mundo que abrió el voto a las féminas, allá por el año 1893, que se dice pronto. Ello ha conferido a sus mujeres una distinción que ya quisieran para ellas muchas primeras damas europeas. De hecho, la imagen de Kate Sheppard, la heroína del movimiento sufragista femenino incluso aparece en el billete de 10 dólares neozelandeses (que vienen a ser como 6 euros).
El protagonismo de las chicas va más allá, ya que en varios periodos legislativos en las dos últimas décadas todos los puestos constitucionales clave estuvieron ocupados por mujeres, incluidos los de primer ministro, fiscal general del Estado y hasta reina maorí, la mundialmente conocida (en su casa a la hora de cenar, claro) Te Arikinui Dame, que gobernó durante 40 años el trono Kingitanga, que no es una marca de braguitas, sino la denominación del movimiento nacional maorí.
La curiosa hegemonía femenina en tierras neozelandesas podría quedarse aquí, que no es poco. Sin embargo, hay un dato que puede ser todavía más significativo. Mucho antes de que Zapatero se inventara el departamento de Igualdad, los kiwis ya tenían su Ministerio de Asuntos de Mujeres, quien por ejemplo puso en marcha un periodo de maternidad pagada de hasta 6 meses de duración.
Por todo ello, y en recuerdo a aquellas heroínas que ganaron para las generaciones futuras su derecho al voto, la ciudad de Auckland les dedicó en 1993 una bonita plazoleta (cuyo nombre no recuerdo) en pleno centro de la ciudad (junto a la New Gallery y la Universidad), donde curiosamente se reúnen cientos de jóvenes universitarias que aspiran a seguir impulsando el papel de las mujeres en Nueva Zelanda.
Muchas de éstas son segundas y terceras generaciones de hindúes y asiáticas neozelandesas, fundamentalmente chinas y tailandesas. Y es que Auckland lleva a gala ser la ciudad más multicultural de toda Oceanía, ya que cerca del 40% de su población no es nativa. Quizá por ello resulta curioso ver a maoríes de 100 kilos comiendo comida china o a kiwis pelirrojos comprando verduras en un comercio de bengalíes. Es lo que tiene la globalización, la famosa ‘aldea global’ de la que hablaba McLuhan.
Lo de los chinos (porque para mí todos los asiáticos son chinos, que para eso son los más numerosos) es realmente singular en Nueva Zelanda, y no es por exagerar. Lo mismo te los encuentras vendiéndote pan (muy buenos los bocadillos de Ellerslie Highway) que cortándote el pelo. Y de los restaurantes ya ni hablamos, porque se cuentan por miles en todo el país. Sí, digo bien, por todo el país, porque después de cuatro horas de coche (conduciendo asustado por la izquierda, como ya saben); después de subir y bajar valles y montañas y atravesar hasta un fiordo, en una aldea con menos vida que Córdoba un 3 de agosto a las 4 de la tarde, puedes comprarte unos calcetines o lavar tu ropa en tiendas regentadas por asiáticos.
Lo de los hindúes, en cambio, va más en consonancia con sus tradicionales castas. Así, en Auckland, por ejemplo, no hay término medio. O te encuentras dos ‘hijas de Calcuta’ (por poner algún sitio) monísimas de la muerte manejando su ipad, o le pides al frutero que te pese los plátanos (bueno, bananas, que aquí aún no han llegado los canarios). Ricos o de clase obrera; con casas de millones de euros o hacinados en un pisito de 40 metros. Es lo que tiene el haber nacido en el sitio adecuado. Aunque, con certeza, creo que Dios envió hasta aquí a gente tan variopinta por miedo a repetir viaje hasta un lugar donde había perdido su mechero.
Pd: Nunca olvides traer la Lonely Planet a un país como éste, y procura tener amigos que ya lo visitaron. Gracias Carlos, Krista, José Raúl y Silvia.
El protagonismo de las chicas va más allá, ya que en varios periodos legislativos en las dos últimas décadas todos los puestos constitucionales clave estuvieron ocupados por mujeres, incluidos los de primer ministro, fiscal general del Estado y hasta reina maorí, la mundialmente conocida (en su casa a la hora de cenar, claro) Te Arikinui Dame, que gobernó durante 40 años el trono Kingitanga, que no es una marca de braguitas, sino la denominación del movimiento nacional maorí.
La curiosa hegemonía femenina en tierras neozelandesas podría quedarse aquí, que no es poco. Sin embargo, hay un dato que puede ser todavía más significativo. Mucho antes de que Zapatero se inventara el departamento de Igualdad, los kiwis ya tenían su Ministerio de Asuntos de Mujeres, quien por ejemplo puso en marcha un periodo de maternidad pagada de hasta 6 meses de duración.
Por todo ello, y en recuerdo a aquellas heroínas que ganaron para las generaciones futuras su derecho al voto, la ciudad de Auckland les dedicó en 1993 una bonita plazoleta (cuyo nombre no recuerdo) en pleno centro de la ciudad (junto a la New Gallery y la Universidad), donde curiosamente se reúnen cientos de jóvenes universitarias que aspiran a seguir impulsando el papel de las mujeres en Nueva Zelanda.
Muchas de éstas son segundas y terceras generaciones de hindúes y asiáticas neozelandesas, fundamentalmente chinas y tailandesas. Y es que Auckland lleva a gala ser la ciudad más multicultural de toda Oceanía, ya que cerca del 40% de su población no es nativa. Quizá por ello resulta curioso ver a maoríes de 100 kilos comiendo comida china o a kiwis pelirrojos comprando verduras en un comercio de bengalíes. Es lo que tiene la globalización, la famosa ‘aldea global’ de la que hablaba McLuhan.
Lo de los chinos (porque para mí todos los asiáticos son chinos, que para eso son los más numerosos) es realmente singular en Nueva Zelanda, y no es por exagerar. Lo mismo te los encuentras vendiéndote pan (muy buenos los bocadillos de Ellerslie Highway) que cortándote el pelo. Y de los restaurantes ya ni hablamos, porque se cuentan por miles en todo el país. Sí, digo bien, por todo el país, porque después de cuatro horas de coche (conduciendo asustado por la izquierda, como ya saben); después de subir y bajar valles y montañas y atravesar hasta un fiordo, en una aldea con menos vida que Córdoba un 3 de agosto a las 4 de la tarde, puedes comprarte unos calcetines o lavar tu ropa en tiendas regentadas por asiáticos.
Lo de los hindúes, en cambio, va más en consonancia con sus tradicionales castas. Así, en Auckland, por ejemplo, no hay término medio. O te encuentras dos ‘hijas de Calcuta’ (por poner algún sitio) monísimas de la muerte manejando su ipad, o le pides al frutero que te pese los plátanos (bueno, bananas, que aquí aún no han llegado los canarios). Ricos o de clase obrera; con casas de millones de euros o hacinados en un pisito de 40 metros. Es lo que tiene el haber nacido en el sitio adecuado. Aunque, con certeza, creo que Dios envió hasta aquí a gente tan variopinta por miedo a repetir viaje hasta un lugar donde había perdido su mechero.
Pd: Nunca olvides traer la Lonely Planet a un país como éste, y procura tener amigos que ya lo visitaron. Gracias Carlos, Krista, José Raúl y Silvia.
1 comentario:
De nada machote ;D
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