Durante el verano de 2006, miles de africanos llegaron a Canarias en la conocida como "crisis de los cayucos". Sólo ese año fueron 32.000 inmigrantes, todos ellos con el sueño de Europa grabado en la mirada. Cinco años después, aquel sueño se ha esfumado. En el Poniente almeriense, entre los invernaderos, malviven unos 2.000 de aquellos africanos, sin papeles, sin derechos, sin poder avanzar o volver, trabajando, con suerte, en condiciones miserables.
Isla de Dienowar, en la desembocadura del río Sa-loum (Senegal). 21 de mayo de 2006. Madi Faye y un pequeño grupo de amigos aprovechan la calma matutina tras una noche de bodas y celebración para coger un cayuco, cargarlo con siete bidones de gasolina y hacerse a la mar. Ocho días después llegan a Gran Canaria. Tras ser trasladado a Madrid y una breve estancia en Bilbao, su destino es Almería. "Allí hay trabajo para ti", le dijeron. Muchos siguieron el mismo camino. Pero cinco años después, ¿qué ha pasado con ellos? Estamos en el "huerto de Europa", una enorme extensión de invernaderos conocida como el mar de plástico. De aquí salen cada día a bordo de grandes camiones cargados de pepinos, tomates, calabacines, pimientos o cebollas para Alemania, Francia o Inglaterra. Y en la base de todo, miles de inmigrantes que trabajan por sueldos de miseria y viven entre todo este plástico, hacinados en cortijos que no reúnen las mínimas condiciones de salubridad.
Tras recorrer 500 metros y sortear una decena de invernaderos, llegamos a Mbine Sedy, la casa de los Faye. En este viejo cortijo viven 15 jóvenes senegaleses en cuatro habitaciones. Muchos duermen en colchones en el suelo, repartidos aquí y allá. Detrás, donde tienden la ropa, el pozo negro se rebosa cada vez que tiran de la cadena y las moscas abundan. Hoy le toca cocinar a Ousmane Faye. Arroz con lo que haya a mano. "Con suerte, dos o tres de nosotros pueden trabajar y esos mantienen al resto". Les pagan 30 euros por ocho horas de trabajo, sembrar, plantar, quitar tallos, recoger o limpiar, a 40 grados de temperatura bajo el plástico.
Djibril Pascal Faye también llegó a Canarias en 2006. Como todos ellos, era niominka, pescador. Ahora trabaja la tierra cuando puede. "Los más afortunados tienen un jefe que les llama cuando hay faena. El resto, a esperar sentados". Así definen su vida, esperar sentados. Es un universo aparte. Entre los plásticos proliferan los burdeles donde prostitutas nigerianas intercambian sexo por diez euros. La oficina de empleo es la rotonda más próxima, donde cada madrugada se apostan a ver si hay suerte y una furgoneta para y los contrata por unas horas. Todos se mueven en bicicleta. Hay miles de ellas. Y a escasos cien metros, una zona turística con campo de golf, el lujo, la playa, los daiquiris. Todo el mundo lo sabe, pero la mayoría prefiere mirar para otro lado. Ni siquiera las autoridades están por la labor de meterle mano a la situación. Sin esta mano de obra, el motor de la economía almeriense se viene abajo.
Fodé Kane llegó a Tenerife en 2007. Atrás dejó a una hija de 9 años. Ahora, apenas trabaja unas horas cada mes. "¿Crisis? Eso es cosa de blancos. Nosotros vivimos siempre en crisis. Pensaba que aquí iba a tener trabajo, dinero, que iba a ser feliz y podría ayudar a mi familia. Pero nada, a esperar sentados". Para aprovechar el tiempo, Assane Sakho, carpintero allá en Senegal, construye pequeños cayucos que vende a quien puede y Abdou confecciona vestidos para las senegalesas que viven en Roquetas, Vícar o La Mojonera. Pasan los días, las semanas, los meses. Y la situación no cambia. A veces, alguno de ellos consigue los papeles y deja atrás esta vida, este trabajo duro, esta no existencia. Los demás, a seguir esperando cada día, muy temprano, que pare la próxima furgoneta.
Publicado en el diario Público
Autor: José Naranjo
Foto: Laura León
Isla de Dienowar, en la desembocadura del río Sa-loum (Senegal). 21 de mayo de 2006. Madi Faye y un pequeño grupo de amigos aprovechan la calma matutina tras una noche de bodas y celebración para coger un cayuco, cargarlo con siete bidones de gasolina y hacerse a la mar. Ocho días después llegan a Gran Canaria. Tras ser trasladado a Madrid y una breve estancia en Bilbao, su destino es Almería. "Allí hay trabajo para ti", le dijeron. Muchos siguieron el mismo camino. Pero cinco años después, ¿qué ha pasado con ellos? Estamos en el "huerto de Europa", una enorme extensión de invernaderos conocida como el mar de plástico. De aquí salen cada día a bordo de grandes camiones cargados de pepinos, tomates, calabacines, pimientos o cebollas para Alemania, Francia o Inglaterra. Y en la base de todo, miles de inmigrantes que trabajan por sueldos de miseria y viven entre todo este plástico, hacinados en cortijos que no reúnen las mínimas condiciones de salubridad.
Tras recorrer 500 metros y sortear una decena de invernaderos, llegamos a Mbine Sedy, la casa de los Faye. En este viejo cortijo viven 15 jóvenes senegaleses en cuatro habitaciones. Muchos duermen en colchones en el suelo, repartidos aquí y allá. Detrás, donde tienden la ropa, el pozo negro se rebosa cada vez que tiran de la cadena y las moscas abundan. Hoy le toca cocinar a Ousmane Faye. Arroz con lo que haya a mano. "Con suerte, dos o tres de nosotros pueden trabajar y esos mantienen al resto". Les pagan 30 euros por ocho horas de trabajo, sembrar, plantar, quitar tallos, recoger o limpiar, a 40 grados de temperatura bajo el plástico.
Djibril Pascal Faye también llegó a Canarias en 2006. Como todos ellos, era niominka, pescador. Ahora trabaja la tierra cuando puede. "Los más afortunados tienen un jefe que les llama cuando hay faena. El resto, a esperar sentados". Así definen su vida, esperar sentados. Es un universo aparte. Entre los plásticos proliferan los burdeles donde prostitutas nigerianas intercambian sexo por diez euros. La oficina de empleo es la rotonda más próxima, donde cada madrugada se apostan a ver si hay suerte y una furgoneta para y los contrata por unas horas. Todos se mueven en bicicleta. Hay miles de ellas. Y a escasos cien metros, una zona turística con campo de golf, el lujo, la playa, los daiquiris. Todo el mundo lo sabe, pero la mayoría prefiere mirar para otro lado. Ni siquiera las autoridades están por la labor de meterle mano a la situación. Sin esta mano de obra, el motor de la economía almeriense se viene abajo.
Fodé Kane llegó a Tenerife en 2007. Atrás dejó a una hija de 9 años. Ahora, apenas trabaja unas horas cada mes. "¿Crisis? Eso es cosa de blancos. Nosotros vivimos siempre en crisis. Pensaba que aquí iba a tener trabajo, dinero, que iba a ser feliz y podría ayudar a mi familia. Pero nada, a esperar sentados". Para aprovechar el tiempo, Assane Sakho, carpintero allá en Senegal, construye pequeños cayucos que vende a quien puede y Abdou confecciona vestidos para las senegalesas que viven en Roquetas, Vícar o La Mojonera. Pasan los días, las semanas, los meses. Y la situación no cambia. A veces, alguno de ellos consigue los papeles y deja atrás esta vida, este trabajo duro, esta no existencia. Los demás, a seguir esperando cada día, muy temprano, que pare la próxima furgoneta.
Publicado en el diario Público
Autor: José Naranjo
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