Sus gritos y lamentos aún se escuchan cada noche al final de Sihanouk Boulevard, allá donde la avenida del rey lleva hasta la Isla del Diamante. Porque todavía hoy, casi un año después de la tragedia del 22 de noviembre, los espíritus de muchos de aquellos muertos siguen preguntándose cómo pudo ocurrir.
Y es que lo tenía que ser un homenaje al agua en la despedida de la estación monzónica, acabó convirtiéndose en una de las peores pesadillas que ha vivido Camboya en el último lustro. Una estampida, desatada por el balanceo del puente que comunica la isla de Phnom Penh con la caótica capital, dejaba un balance de 347 muertos, la mayoría de ellos electrocutados y ahogados a unos pocos metros de la orilla.
Según las investigaciones, que numerosos expertos siguen poniendo en tela de juicio, el movimiento del puente –diseñado así precisamente para soportar un mayor peso con menor riesgo- sorprendió a muchos de los asistentes al waterfestival, algunos de los cuales comenzaron a gritar que la pasarela se había roto. Ello provocó un caótico éxodo que convirtió en mortal ratonera la estructura metálica. Angustiados, cientos de personas decidieron saltar al Tonle Sap, cuya corriente se llevó la vida de jóvenes y niños que no sabían nadar.
La policía y los bomberos, desbordados por la situación y alentados por el gentío, decidieron lanzar manguerazos de agua a los aplastados, con el objetivo de refrescar sus cuerpos. Ello provocó que más de un centenar perecieran electrocutados por la acción del líquido elemento y el sistema de iluminación del puente, convertido hoy en lugar de macabra peregrinación para camboyanos y turistas.
Como siempre ocurre en estos casos, y más en este singular país, los culpables se fueron pasando la responsabilidad de unos a otros durante meses, hasta el punto de que todavía hoy no se han depurado responsabilidades.
Horas después del suceso, el primer ministro Hun Sen lavaba su conciencia y se disculpaba en televisión por lo que definió como “la mayor tragedia desde la era del régimen de Pol Pot”. Sus excusas, en tono lacónico, ni bastaron entonces ni servirán nunca para callar a todos esos espíritus que han hecho de aquel puente su nicho y su atalaya. Descansen en paz.
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