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jueves, 21 de julio de 2011

Un conflicto ‘ruinoso’

Qué razón tenía Marx cuando afirmó eso de que “la religión es el opio del pueblo”. Porque, si no fuese así, el absurdo conflicto que desde hace 11 siglos enfrenta a Camboya y Tailandia en la zona de Preah Vihear, no tendría sentido.

Construido por los monarcas del imperio jemer a inicios del siglo IX, el ahora llamado templo de la sangre –por el elevado número de muertos que ha provocado a lo largo de la historia-, fue constantemente ampliado y enriquecido durante los seis siglos siguientes, convirtiéndose en uno de los principales edificios religiosos del Estado, quien lo consagró al dios hindú Shiva.

La desaparición de los jemeres, sin embargo, significó la decadencia del Preah Vihear, que al igual que sus hermanos de Angkor quedó abandonado a su suerte hasta la llegada de los franceses en la segunda mitad del XIX. Los galos, siempre diplomáticos, pactaron en 1904 con el reino de Siam (ahora Tailandia) la delimitación territorial mutua en Indochina, formando una comisión conjunta para tal efecto. De este modo, cuando se hizo necesario establecer la frontera en las cercanías del templo, franceses y tailandeses acordaron que ésta debería seguir la línea divisoria de las cumbres en la cordillera de Dangrek, límite natural entre Tailandia y Camboya.

Tres años después de aquella chapucilla geoestratégica, Tailandia pidió a Francia elaborar un mapa más detallado de la zona, con el fin de establecer la ubicación precisa de la frontera; funcionarios franceses aceptaron tal solicitud, y el dibujo resultante fue enviado a las autoridades tailandesas, que aceptaron de buen grado que el templo de Preah Vihear estuviese dentro del territorio camboyano.

Sin embargo, cuando en 1954 Francia reconoció la independencia de Camboya y los últimos soldados franceses se retiraron de los arrozales jemeres, tropas tailandesas ocuparon el Preah Vihear, reclamándolo como propio. Camboya, cuyo gobierno no entendía nada, protestó formalmente y rompió relaciones diplomáticas con sus vecinos, a los que incluso amenazó con expulsar por la fuerza del templo.

Con una guerra en ciernes, en 1959 Camboya presentó el conflicto ante la Corte Internacional de La Haya, quien resolvió en contra de Tailandia en virtud del famoso mapa elaborado por los franceses. En Bangkok recibieron la sentencia con evidente mosqueo, sobre todo después de que se dieran a conocer los vínculos afectivos de un magistrado estadounidense del Tribunal con una joven camboyana.

Amoríos aparte, en enero de 1963 Camboya tomaba posesión del Preah Vihear en una ceremonia cargada de simbolismo. Allí mismo, el monarca Norodom Sihanouk formuló dos gestos de conciliación, permitiendo las visitas de tailandeses al templo sin necesidad de visas y autorizando al ejecutivo de Tailandia a conservar las piezas arqueológicas sacadas del recinto.

La benevolencia de Sihanouk, no obstante, no fue demasiado bien acogida en la acera de enfrente, donde entendían que los 4,6 kilómetros de selva que acogen el Preah Vihear siempre habían sido propiedad tailandesa. Este odio visceral aumentó todavía más si cabe en 2008, cuando Camboya solicitó que el templo hindú fuese declarado Patrimonio de la Humanidad.

Dolidos en su orgullo y vilipendiados por la comunidad internacional, los tailandeses iniciaron una particular venganza que ha costado la vida a decenas de personas en los tres últimos años, los últimos cinco en febrero de este año. Desde entonces, apenas llegan ya turistas hasta Preah Vihear, cuyas ruinas deben sentir vergüenza cada vez que los dos países levantan sus armas en nombre de un dios común que llora lágrimas de sangre.

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