Aunque para la mayoría son unos verdaderos desconocidos, están considerados como el principal reclamo de países como Tailandia, donde el negocio del sexo deja alrededor de 3.000 millones de dólares al año. Son los llamados katoey o ladyboys, chicos que se consideran a sí mismos mujeres atrapadas en el cuerpo de un hombre. Tanto es así que, en muchos casos, se disfrazan, se ponen implantes y se someten a un cambio de sexo completo para ofrecer sus servicios como cualquier otra fémina.
Según explican desde algunas ONG que trabajan en el sudeste asiático, los ladyboys sienten desde niños que su cuerpo no es el que debería ser, lo que les genera severas depresiones que las familias tratan de evitar incitándoles y permitiéndoles tomar hormonas desde edades muy tempranas.
En Tailandia, a diferencia de otras zonas de Asia, a estas personas se les da un trato diferente y son respetados, aunque la doble moral de la sociedad provoca que todo el mundo tenga asumido que sólo deben ocupar determinados puestos de trabajo, tradicionalmente femeninos, dentro del mundo de la hostelería, el turismo y los centros de belleza.
En este sentido, hace unos meses la línea aérea tailandesa de vuelos chárter, PC Air, anunció que contrataría ladyboys, ya que la mayoría de solicitudes de empleo que había recibido procedían de travestis y transexuales. Cuatro de ellos fueron elegidos, junto con 19 mujeres y 7 hombres. Para evitar problemas, la compañía aseguró que los requisitos para unos y otros habían sido los mismos, con la condición adicional de que los katoey debían parecer mujeres en la manera de hablar y caminar, amén de tener una voz femenina y una actitud “correcta”.
La relativa normalidad con la que Tailandia admite a sus ladyboys, poco o nada tiene que ver con la situación que padecen estos jóvenes en Camboya, Vietnam o Laos, donde apenas pueden salir de la exclusión y la marginalidad en la que viven. No en vano, la mayoría están condenados a prostituirse en zonas apartadas de las principales ciudades, en clubes nocturnos y karaokes o en hostales donde la limpieza y la higiene brillan por su ausencia.
Es cierto, no obstante, que el número de ladyboys en Tailandia es mucho mayor que en otros puntos de Asia. Se estima que hay alrededor de 200.000 en todo el país, aunque en realidad la cifra se puede multiplicar por dos, ya que muchos katoeys son inmigrantes llegados de fuera que viven y se desenvuelven en la clandestinidad. Ello a pesar de que su nivel de aceptación es bastante superior al de los transexuales en las sociedades occidentales, e incluso hay familias tailandesas que creen que los ladyboys pueden llegar a traer buena suerte. Y es que en Tailandia se practica un tipo de budismo muy tolerante, que sin duda ha favorecido la aceptación de la transexualidad por parte de la sociedad. Prueba de ello es que en 1996 el equipo de ‘las chicas de acero’, compuesto en su mayoría por ladyboys y homosexuales, consiguió ganar la liga nacional de voleibol.
Paradójicamente, desde el punto de vista legal la figura del katoey no está reconocida en Tailandia y no es posible el cambio de sexo a estos efectos. En la práctica, no obstante, cientos de chicos se operan sin control en clínicas de dudosa reputación que ofrecen ofertas por debajo de los 1.000 dólares. El resultado, trágico a veces, ofrece en otras ocasiones transformaciones espectaculares, como la sufrida por una candidata a Miss Tailandia que no fue descubierta hasta que una de sus competidoras la delató por celos en la fase final del concurso.
Su figura, bella y escultural, no difería demasiado de esos otros cuerpos sinfónicos y pluscuamperfectos que se pasean cada noche por las calles de Bangkok. Bueno, quizá sí hubiera entre ellos una diferencia, una nimiedad ubicada entre las piernas y escondida bajo la falda. Un signo inequívoco de que la naturaleza, en ocasiones, también se equivoca.
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