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miércoles, 29 de octubre de 2008

Los 'niños de la calle' pagan hasta 3.000 euros para cruzar el Estrecho

Se acaban de cumplir diez años de que saliera a la luz pública la presencia de los llamados niños de la calle en Barcelona y el área metropolitana. La imagen de un grupo de 30 menores inmigrantes viviendo bajo un puente frente al flamante Teatre Nacional de Catalunya, sacudió en otoño de 1998 los despachos políticos, generó un agrio intercambio de acusaciones por haber consentido esa situación que se daba desde hacía meses, forzó debates parlamentarios y cambios de leyes.

Por aquél entonces, se calculó que había unos 300 niños de la calle en Catalunya. Diez años más tarde, esa cifra se ha doblado y en lo que llevamos de año ya son 714 los menores inmigrantes atendidos por la Dirección General d´Atenció a la Infancia i l´Adolescència (DGAIA). En la última década, han sido 6.128 los menores extranjeros acogidos por la Generalitat y actualmente no hay ni una sola plaza libre de las 210 existentes en los cinco centros de primera acogida de menores inmigrantes. No obstante, a estos datos oficiales hay que sumar un número indeterminado de menores que siguen viviendo en la calle, alojados en pisos y casas deshabitadas, compartiendo espacio con el colectivo okupa, o bien, en los mismos lugares que hace una década: coches abandonados en Montjuïc o la zona del Fòrum durante el verano, y con la llegada del invierno se trasladan a edificios cerrados del Poblenou o en zonas de obras.

El fenómeno de la llegada de niños de la calle no ha cesado en la última década y, en lugar de disminuir, sigue creciendo alentado por las mafias y las estructuras más experimentadas de transporte para cruzar el Estrecho. La actual consellera de Acció Social, Carme Capdevila, era directora de un centro de menores cuando se dio a conocer la presencia de los niños de la calle en 1998. Diez años después, responde con un elocuente silencio a la pregunta ¿por qué no se ha conseguido parar este flujo migratorio de menores? La respuesta la tienen los educadores y las diferentes asociaciones y ONG que trabajan con estos menores. Las mafias siguen más vivas que nunca y, a menudo, son las mismas familias las que pagan el precio del viaje clandestino que sigue realizándose en los bajos de camiones, en los maleteros de autobuses y, los menos, en patera. En todos los casos, se viaja previo pago a policías marroquíes para que hagan la vista gorda en los controles fronterizos.

Las tarifas actuales oscilan entre los 3.000 euros por un visado falsificado y los 2.000 euros por ir escondido bajo un camión. Este último precio fue el que pagó recientemente un ex tutelado de la Generalitat que vive en Catalunya para que su hermano menor se reuniera con él. Los niños de la calle que emigran también son conocidos como harragas,palabra dialectal marroquí que significa “el que quema la vida”, por el riesgo que asumen al cruzar el Estrecho jugándose el pellejo. A diferencia de hace diez años, los menores saben ahora dónde acudir, se comunican por Internet a través del Messenger y llevan encima números de teléfonos de educadores y de ONG. Gracias a esta información, saben a qué centros de acogida acudir y establecen así rutas por España en relación al trato que se ofrece en cada centro y a la posibilidad, más o menos alta, de ser repatriado. Todos temen esta palabra, aunque son muy pocos los que, desde Catalunya, son devueltos a su país por el largo trámite burocrático que se debe cumplimentar y que da tiempo a escapar de los centros de acogida. Otras veces, son los mismos centros los que empujan a estos jóvenes a abandonar la instalación llegando incluso a pagarles el billete de tren o avión. Barcelona es un destino habitual de estos desplazamientos, según reconocen fuentes del Govern de la Generalitat, aunque se asegura que la administración catalana nunca ha llevado a cabo esta práctica.

Este diario ha tenido acceso al caso de Y. S., un menor que tras cruzar la frontera llegó a un centro de Jaén. De allí, huyó porque el trato no era agradable y se dirigió a Valencia, donde el centro le pagó el billete para llegar a Bilbao, una de las ciudades de moda para estos menores. De la capital vasca viajó hasta Barcelona, también con los gastos pagados y con la instrucción de olvidar quién le había costeado el viaje. Una vez aquí, callejeó y se dirigió hasta el mar, donde encontró a otros menores magrebíes, algunos de ellos se prostituyen en la playa, que le propusieron que parara a una patrulla de la policía para poder ser acogido. Llegó a parar hasta a tres patrullas y todas ella le invitaron a buscarse la vida. Aconsejado por otros chicos, se dirigió hacia una nueva patrulla policial y cuando la tuvo delante, se puso a correr. Fue entonces cuando los policías le siguieron, pensado que huía tras cometer algún delito. Sólo así fue acogido.

Publicado en el diario La Vanguardia
Autor: Enric Sierra

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