Inventado por los japoneses hace ahora medio siglo, el karaoke es la principal afición y divertimento nacional de buena parte de la población de este lado del planeta. Los hay para todos los gustos: desde los más sofisticados, con pantallas de plasma, sonido Dolby surround y focos, hasta los más cutres, con sillones de sky, cintas de video en VHS y letras que pasan más rápido que la música.
Por países -como no podía ser de otro modo-, Japón y China se llevan la palma en cuanto a número, todo lo contrario que en Tailandia y Vietnam, donde en los últimos años parecen haber pasado de moda. En Camboya, junto a los tradicionales y genuinos -dónde sólo va uno a lo que tiene que ir-, proliferan desde hace tiempo singulares karaokes de luces de neón y féminas ligeritas de ropa. En ellos, no sólo se puede cantar, sino también dar el cante, o incluso optar por un ‘cante jondo’ si se pone sobre la mesa un buen puñado de dólares.
El procedimiento es bien sencillo. Disfrazado de bar o restaurante, el cliente de turno, solo o acompañado, entra en el local con la única y sana intención de echarse unas coplillas. Para ello, negocia con el encargado el precio de una de las salas donde explayarse a gusto frente al televisor. Luego, una vez ubicado y con la copa llena, acude a otro recinto donde escoge a una o varias acompañantes musicales. Éstas, además de cantar, deben ser solícitas con el solista o el grupo, que tiene derecho a ‘tocar’ los instrumentos y a entonar todo tipo de melodías. Previo pago, claro.
Ante esta moderna forma de lenocinio, la autoridad local competente -cliente habitual de estos lupanares operísticos- suele hacer la vista gorda, aunque ello no evita esporádicas sanciones por sobrepasar los límites de decibelios. Es lo que tiene este país, donde incluso la prostitución parece ejercerse de un modo dulce, casi inocente. Nada más lejos de la realidad.
Porque detrás de estas cantantes de karaoke, como detrás de las masajistas, vendedoras de naranjas, taxi-girls, entretenedoras y prostitutas de calle, se esconde una trágica historia de exclusión, violencia y miseria. En ella no hay escenarios, ni luces, ni fama, y apenas se oye la música. Sólo suena una canción, siempre la misma. Un viejo éxito trasnochado con una letra exasperante: “no pares, sigue, sigue”.
Por países -como no podía ser de otro modo-, Japón y China se llevan la palma en cuanto a número, todo lo contrario que en Tailandia y Vietnam, donde en los últimos años parecen haber pasado de moda. En Camboya, junto a los tradicionales y genuinos -dónde sólo va uno a lo que tiene que ir-, proliferan desde hace tiempo singulares karaokes de luces de neón y féminas ligeritas de ropa. En ellos, no sólo se puede cantar, sino también dar el cante, o incluso optar por un ‘cante jondo’ si se pone sobre la mesa un buen puñado de dólares.
El procedimiento es bien sencillo. Disfrazado de bar o restaurante, el cliente de turno, solo o acompañado, entra en el local con la única y sana intención de echarse unas coplillas. Para ello, negocia con el encargado el precio de una de las salas donde explayarse a gusto frente al televisor. Luego, una vez ubicado y con la copa llena, acude a otro recinto donde escoge a una o varias acompañantes musicales. Éstas, además de cantar, deben ser solícitas con el solista o el grupo, que tiene derecho a ‘tocar’ los instrumentos y a entonar todo tipo de melodías. Previo pago, claro.
Ante esta moderna forma de lenocinio, la autoridad local competente -cliente habitual de estos lupanares operísticos- suele hacer la vista gorda, aunque ello no evita esporádicas sanciones por sobrepasar los límites de decibelios. Es lo que tiene este país, donde incluso la prostitución parece ejercerse de un modo dulce, casi inocente. Nada más lejos de la realidad.
Porque detrás de estas cantantes de karaoke, como detrás de las masajistas, vendedoras de naranjas, taxi-girls, entretenedoras y prostitutas de calle, se esconde una trágica historia de exclusión, violencia y miseria. En ella no hay escenarios, ni luces, ni fama, y apenas se oye la música. Sólo suena una canción, siempre la misma. Un viejo éxito trasnochado con una letra exasperante: “no pares, sigue, sigue”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario