En un país donde más del 80% de la población vive todavía en las áreas rurales, resulta una ardua tarea desarrollar estrategias que rompan con los valores tradicionales y modifiquen normas que, en muchos casos, son ancestrales. Es lo que tratan de hacer desde hace un par de años algunas organizaciones no gubernamentales, que con más o menos interés real han puesto en marcha proyectos que tienen como objetivo implementar la compleja y mediática cuestión de género.
En Camboya, mientras las generaciones mayores y las actitudes conservadoras dejan paso a las nuevas hornadas de jóvenes ‘occidentalizados’, la posición de la mujer está en estado de transición. Su lugar, como en muchas otras sociedades de todo el mundo, sigue estando en el hogar, especialmente en aquellos núcleos de población más alejados de las ciudades. Sin embargo, resulta paradójico que estas mismas féminas sean, en la mayor parte de los casos, las auténticas cabezas de familia, las encargadas de administrar los bienes y de tomar las principales decisiones de la casa.
El hombre, por su parte, monopoliza los cargos de poder más importantes y tiene un papel social dominante en el plano doméstico. Ello se debe, fundamentalmente, a la rigidez de unas normas políticas y religiosas que, si bien no discriminan de forma directa a la mujer, sí impiden que se les ofrezcan las mismas oportunidades que a ellos. Así, en buena parte de la geografía camboyana, a las niñas no se les permite vivir y estudiar en los wats (templos), no pueden opinar en las discusiones comunitarias y deben cumplir a rajatabla una serie de parámetros de supuesto ‘decoro’.
En la década de los 90, merced a la presión de la comunidad internacional, el gobierno camboyano aprobó leyes vinculadas al aborto, la violencia doméstica y la trata de blancas que mejoraron la posición legal de la mujer, aunque a efectos reales han tenido poco impacto. De hecho, para un observador crítico como yo sigue resultando muy chocante ver a jovencitas locales pasear de la mano de vejestorios europeos y americanos.
Porque, aunque la mayoría niegue la evidencia, Camboya se ha convertido en coto perfecto para los pedófilos y depravados que han tenido que huir de Tailandia, epicentro del negocio asiático de las redes de prostitución y de trata de personas.
El comercio sexual está a la orden del día y es sólo la punta del iceberg de un problema mucho más profundo. Muchas ONG denuncian casi diariamente casos de padres con escasos recursos que ‘alquilan’ a sus hijos como mendigos, trabajadores o vendedores, y muchos de los niños que se prostituyen en Camboya son vietnamitas que han sido ‘vendidos’ para el negocio por su propia familia. Estas sórdidas decisiones suelen ser tomadas por hombres acostumbrados a establecer a base de golpes las normas del hogar. Así lo reflejan algunos de los pocos estudios que, hasta la fecha, se han hecho en el país, que sólo ahora parece estar tomando conciencia de lo que significa luchar contra la lacra de la violencia de género.
La empresa se torna complicada, máxime cuando en el parlamento nacional sólo hay en torno a un 15% de mujeres legisladoras, y poco más del 10% de los cargos administrativos, de gestión y profesionales están ocupados por féminas. Pese a todo, hay un movimiento latente que no tardará mucho en salir a la superficie, y sin duda contribuirá a edificar una nueva sociedad más justa e igualitaria. Eso espero.
En Camboya, mientras las generaciones mayores y las actitudes conservadoras dejan paso a las nuevas hornadas de jóvenes ‘occidentalizados’, la posición de la mujer está en estado de transición. Su lugar, como en muchas otras sociedades de todo el mundo, sigue estando en el hogar, especialmente en aquellos núcleos de población más alejados de las ciudades. Sin embargo, resulta paradójico que estas mismas féminas sean, en la mayor parte de los casos, las auténticas cabezas de familia, las encargadas de administrar los bienes y de tomar las principales decisiones de la casa.
El hombre, por su parte, monopoliza los cargos de poder más importantes y tiene un papel social dominante en el plano doméstico. Ello se debe, fundamentalmente, a la rigidez de unas normas políticas y religiosas que, si bien no discriminan de forma directa a la mujer, sí impiden que se les ofrezcan las mismas oportunidades que a ellos. Así, en buena parte de la geografía camboyana, a las niñas no se les permite vivir y estudiar en los wats (templos), no pueden opinar en las discusiones comunitarias y deben cumplir a rajatabla una serie de parámetros de supuesto ‘decoro’.
En la década de los 90, merced a la presión de la comunidad internacional, el gobierno camboyano aprobó leyes vinculadas al aborto, la violencia doméstica y la trata de blancas que mejoraron la posición legal de la mujer, aunque a efectos reales han tenido poco impacto. De hecho, para un observador crítico como yo sigue resultando muy chocante ver a jovencitas locales pasear de la mano de vejestorios europeos y americanos.
Porque, aunque la mayoría niegue la evidencia, Camboya se ha convertido en coto perfecto para los pedófilos y depravados que han tenido que huir de Tailandia, epicentro del negocio asiático de las redes de prostitución y de trata de personas.
El comercio sexual está a la orden del día y es sólo la punta del iceberg de un problema mucho más profundo. Muchas ONG denuncian casi diariamente casos de padres con escasos recursos que ‘alquilan’ a sus hijos como mendigos, trabajadores o vendedores, y muchos de los niños que se prostituyen en Camboya son vietnamitas que han sido ‘vendidos’ para el negocio por su propia familia. Estas sórdidas decisiones suelen ser tomadas por hombres acostumbrados a establecer a base de golpes las normas del hogar. Así lo reflejan algunos de los pocos estudios que, hasta la fecha, se han hecho en el país, que sólo ahora parece estar tomando conciencia de lo que significa luchar contra la lacra de la violencia de género.
La empresa se torna complicada, máxime cuando en el parlamento nacional sólo hay en torno a un 15% de mujeres legisladoras, y poco más del 10% de los cargos administrativos, de gestión y profesionales están ocupados por féminas. Pese a todo, hay un movimiento latente que no tardará mucho en salir a la superficie, y sin duda contribuirá a edificar una nueva sociedad más justa e igualitaria. Eso espero.
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