Djibril tiene 26 años. Hace cinco dejó su Costa de Marfil natal para embarcarse rumbo a un sueño. Quería escapar de un país en guerra, azotado por el hambre y la desesperación, y lograr un futuro para él y su familia. Tras arribar en cayuco a Tenerife, inició una travesía burocrática que, un lustro después, lo devolvió a la Isla que lo recibió tras diez días de agónico viaje. Como otros muchos inmigrantes africanos que llegaron en patera al Archipiélago, la crisis es ahora el principal enemigo de jóvenes como Djibril, quien lleva meses compartiendo con otras seis personas un
piso patera de apenas 40 metros cuadrados en un céntrico barrio de Santa Cruz de Tenerife. Esta denigrante forma de vida, según denuncian varios colectivos de inmigrantes y ONG de las Islas, cada vez más es más común en Canarias. Se trata de viviendas habitualmente ubicadas en barrios obreros de la zona metropolitana y el Sur de las islas capitalinas, que pueden llegan a albergar hasta una veintena de personas en menos de noventa metros cuadrados.
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