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jueves, 17 de julio de 2014

Hermanos de sangre

Dos pueblos hermanos condenados a estar siempre enfrentados. Así se escribe la historia del conflicto árabe-israelí, que ha sesgado la vida de miles de inocentes en los últimos 50 años. Su definición, historia y posibles soluciones son materia de permanente debate y los problemas varían con el tiempo. Hoy las principales cuestiones son la soberanía de la Franja de Gaza y de Cisjordania, la formación de un estado palestino, el estatus de la parte oriental de Jerusalén, de los Altos del Golán y de las Granjas de Shebaa. Junto a esto, también aparecen como causas de la sinrazón el destino de los asentamientos israelíes y de los refugiados palestinos, el reconocimiento de Israel y Palestina y de su derecho a existir y a vivir en paz, así como la relación de Israel con Siria o el Líbano.

Para comprender esta barbarie habría que remontarse mucho tiempo atrás. Durante varios siglos el pueblo judío vivió dividido por el mundo, especialmente en Europa, en lo que se conoce como diáspora. La convivencia con el resto de ciudadanos del Viejo Continente no siempre fue fácil, las persecuciones y pogromos, especialmente en la Europa del Este a finales del siglo XIX, fueron determinantes para la aparición y auge del sionismo político, que reclamaba un Estado para todas las comunidades judías dispersas. Curiosamente, los sionistas culturales subrayaban la importancia de convertir a Palestina en un centro para el crecimiento espiritual y cultural del pueblo judío. Porque en la época en la que se fundó el sionismo, Palestina formaba parte del Imperio otomano y estaba habitada por cristianos y musulmanes en su mayoría, amén de una pequeña comunidad de judíos religiosos que tenía una implantación significativa, especialmente en Jerusalén y sus alrededores.

Con un marco tan peculiar, y con las dos guerras mundiales como ingredientes, en 1944 un judío polaco, Menahem Begin, proclamaba que los británicos habían traicionado a su pueblo y declaraba la guerra al Mandato británico de Palestina, un rencor que quedó plasmado en el asesinato de lord Moyne -el ministro en Oriente Medio- pocos meses después. Este hecho provocó la antipatía de Winston Churchill, amigo cercano de Moyne, que había planeado desarrollar el Estado judío justo después de la guerra. De ahí a la guerra de 1948 el odio fue in crescendo, provocando miles de desplazados: árabes de la zona israelí fueron obligados a desplazarse a las vecinas Gaza y Cisjordania, y también a países árabes más alejados, dando origen al problema de los refugiados palestinos. Mientras, en la zona israelí quedaron 100.000 árabes, que adquirieron la nacionalidad y, en general, gozaron de los derechos plenos de ciudadanía desde 1950. Guerra sobre guerra, conflicto sobre conflicto, apenas quedan ya generaciones de árabes o israelíes que no deseen la muerte del vecino, una espiral violenta que se lleva por delante a hombres, mujeres y niños. Sin pudor ni concesiones, todo vale con tal de sacar hasta la última gota de sangre a aquel hermano que, como Caín y Abel, permanecerá para siempre en la otra orilla del alma.

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