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lunes, 23 de noviembre de 2015

Memes



Se han convertido en una plaga, y no hay acontecimiento señalado que no tenga su alusión cómica de forma casi inmediata. Los vemos después de un partido de fútbol, una noticia curiosa o incluso tras una necrológica. Me refiero a los llamados memes, esos montajes fotográficos de dudoso gusto que invaden los teléfonos móviles lanzados desde algún punto del planeta. Los hay para todos los gustos, pero predominan los morbosos y de escasa gracia, y sus autores (porque digo yo que alguien o muchos sujetos aburridos estarán detrás de ellos) no tienen consideración por nada ni nadie. Digo esto porque hace tiempo que podía haber escrito sobre estas caricaturas del siglo XXI, que se multiplicaron al mismo tiempo que se ponía de moda el Whatsapp, que es ya su principal vehículo de difusión. Pero no creí que el tema pudiera caber siquiera en una modesta columna de opinión como esta. 

Sin embargo, los memes que he recibido y he visto sobre lo ocurrido los últimos días en París, me han empujado a “escupir” todo aquello que tenía guardado sobre estas patochadas fotográficas que no respetan ni a los muertos. Como tampoco respetan a los miles de musulmanes pacíficos que también han condenado enérgicamente estos atentados, que no comprenden las razones que llevan al estado que dice llamarse islámico a hacer lo que hace. Porque nadie, venga de donde venga o profese la religión que profese, puede compartir ideales con unos fanáticos capaces de sesgar vidas con la misma facilidad con la que se toman un café o degluten un bocadillo. Y encima lo hacen en nombre de Dios o Alá, que a buen seguro estarán horrorizados donde quiera que estén (si están). Por si esto fuera poco, los de aquí, los espectadores silentes de este circo del horror, nos dedicamos a reenviar estos mensajes satíricos, chistes sin gracia o imágenes irreverentes. 

Lo peor de todo, además, es que seguro que todos (desgraciadamente me tengo que incluir) hemos esbozado una sonrisa al recibir un meme, aunque segundos después nos hayamos echado las manos a la cabeza. Porque detrás de esa primera reacción se esconde una realidad tan trágica como la que cuentan los informativos. Cada vez somos más insensibles. Cada vez nos preocupan menos los dramas ajenos. Y cada vez más mostramos el lado perverso de esta sociedad, que nos ha convertido en sujetos indolentes que tienden a reírse del llanto desconsolado de los más débiles.


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